El propio Machado, un año antes de su muerte, sintetizaba así su experiencia soriana: “Allá en el año 1907 fui destinado a Soria, un lugar rico en tradiciones poéticas, allí nace el Duero que tanto papel juega en nuestra historia. Allí, entre San Esteban de Gormaz y Medinaceli se produjo el monumento literario del Poema del Cid. Por si ello fuera poco, guardo el recuerdo de mi breve matrimonio con una mujer a la que adoré con pasión y que la muerte me arrebató. Y viví y sentí aquel ambiente con toda intensidad”.
Cuando Antonio Machado llega a Soria el 28 de octubre de 1907, ocupa la Cátedra de Francés de su viejo Instituto. Desde la antigua y hoy desaparecida estación del ferrocarril de San Francisco se dirige a una casa de huéspedes del viejo Collado, donde convive con otro catedrático, un médico y un delineante de Obras Públicas...
Poco a poco se va adaptando a la monotonía de una ciudad de provincias, repartiendo su tiempo entre paseos, colaboraciones con la prensa provincial y sus clases. Su benevolencia se refleja en las calificaciones de fin de curso que nunca eran inferiores a lo que el denominaba aprobado, aprobadillo y aprobadejo. Dos meses después, pasa a otra casa de huéspedes, también familiar, la de doña Isabel Cuevas, en la antigua plaza de Teatinos, detrás, precisamente, del viejo caserón del Instituto. El marido de doña Isabel es un guardia civil retirado: la hija de este matrimonio, Leonor Izquierdo Cuevas, es, en ese momento, una niña de trece años.
Apenas otros dos años después, nada más iniciado el año 1909, le declara a su patrona los sentimientos que siente por su hija y el 30 de julio, se casan en la iglesia de La Mayor, ante el asombro y el estupor desaprobatorio de algunos de los que temen por aquel matrimonio, él serio catedrático de treinta y cuatro años, mayor aún que por la edad por su desaliño indumentario, y ella la niña, frágil y delicada niña de quince.
Poco después enferma su mujer de hemotisis. Tienen que regresar de Paris donde llevaban unos meses viviendo en septiembre de 1911 y el 1 de agosto de 1912 muere Leonor. Y allí yace en el pequeño cementerio soriano, a unos metros del olmo seco.
Es en esos momentos cuando los poemas de Antonio parecen referirse más a Dios. Pero es el paisaje de Soria el que permitió al poeta realizar en su obra poética algo que, secreta, silenciosamente, anhelaba: apartarse de la contemplación de sí mismo. El campo y la ciudad de Soria le impresionaron hasta ese punto; y, por otra parte, su amor a su mujer y el dolor de perderla acentúan quizá esa su visión humanísima del paisaje.
Antonio, desesperado, abandona Soria ese mismo año y se traslada a Baeza. No regresará hasta que en 1932 el Ayuntamiento de la capital le rindió un homenaje nombrándole hijo adoptivo. Machado lo agradece con estas palabras:
“Nada me debe Soria, creo yo, y si algo me debiera sería muy poco en proporción a lo que yo le debo: el haber aprendido en ella a sentir a Castilla, que es la manera más directa de sentir a España. El hijo adoptivo de vuestra ciudad, ya hace muchos años que ha adoptado a Soria como patria ideal”.
Seis años después el poeta muere en Colliure (Francia). Este poeta que tanto amo lo sencillo y los valores universales que le valieron el reconocimiento en 1989 por parte de la UNESCO del título de “Poeta Universal” o “Poeta de la Humanidad”.
Ruta de Machado en Soria
1. La tumba de Leonor, la esposa del poeta, se encuentra junto al muro de la Iglesia del Espino. A la entrada del templo, del siglo XVI, se alza un viejo olmo y prendido en su madera seca el poema de Machado “Al olmo viejo, hendido por el rayo…”. 2. El Instituto de Educación Secundaria, que hoy lleva su nombre, conserva intacta el aula en la que daba clase y su documentación académica. El edificio, que fue convento de Jesuitas en el siglo XVII, rinde homenaje al antiguo profesor. En el exterior, Don Antonio aparece inmortalizado en bronce sentado en una silla.
3. Iglesia de Santa María La Mayor. El templo, que conserva capiteles románicos y una larga historia, fue testigo del matrimonio y, tres años después, del funeral de la joven esposa del poeta. Al lado de la iglesia, la escultura de Leonor apoya las manos sobre el respaldo de una silla vacía mientras su mirada se pierde por la Plaza Mayor, entre el Palacio de Doña Urraca, la Fuente de los Leones, la Casa de los Doce Linajes o el Palacio de la Audiencia al que el poeta dedicó sus versos, “¡Soria fría! La campana de la Audiencia da la una. Soria, ciudad castellana ¡tan bella! bajo la luna”.
4. Puente de piedra: “Cruzar el largo puente, y bajo las arcadas de piedra ensombrecerse las aguas plateadas del Duero”
[Información facilitada por la Oficina de Turismo de Soria]
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