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BJC

Días en Soria


Artículo publicado por BJC en www.bejotace.com


¡Gentes del alto llano numantino que a Dios guardáis como cristianas viejas, que el sol de España os llene de alegría, de luz y de riqueza! A. M.


Le he contado mi hazaña muy orgullosa a papá: anoche maté una araña en el baño. «Vaya. Con lo bien que iba para mantener a raya a las moscas».

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Es curioso. Los perros suelen serme bastante indiferentes. Aquí, sin embargo, me agrada tener a Loki cerca. Se llama así por el dios nórdico y no por diminutivo de loco, como hubiera pensado. Yamato es un mastín de seis meses. Es enorme —era el más gordo de la camada, he ahí su nombre— y, a pesar de que impone cuando lo ves, enseguida llama la atención su pelo de peluche y lo juguetón y mimoso que se pone. Que sea mastín no le quita de cachorro.

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Lo que molesta más de los mosquitos no son las picaduras (ya llevo seis), sino el zumbido de cuando estás a punto de quedarte dormida.

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Hemos ido a la ermita de san Saturio. Quedamos asombrados ante el trabajo de los arquitectos, ante cómo la levantaron sobre roca. Es una estampa preciosa. El Duero a sus pies, bordeado de chopos. La corta excursión hasta allí ha sido grata. Los ríos me resultan más atractivos que el mar. Es cautivador que crucen montañas y aldeas y ciudades. Me maravillan los puentes, de metáfora tan sencilla, en cualquier modalidad. Desde los robustos romanos hasta los abruptos de hierro de la Revolución Industrial; los de madera, los artísticos, los utilitarios. Todos tienen algo. El Duero cruza el corazón de roble de Iberia y de Castilla, versaba Machado. Hay muchas placas en memoria suya: invitan a adentrarse de nuevo en sus poemas castellanos.

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Ha llegado M. a la hora de cenar. Por la mañana hemos preguntado a C. el nombre de su amigo. Hasta entonces decíamos que el jueves llegaba “el filósofo”. Lo había imaginado serio, con gafas sin montura y una camisa un par de tallas más. Se ha presentado con una camiseta del Real Madrid, como homenaje, supongo, a la última victoria. Es un tipo entretenido y deportista, muy parecido a R., el profesor universitario de Filosofía que conocimos durante el Camino de Santiago. Mi imaginario de ‘filósofo’, está claro, dista de la realidad.

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He terminado la novela que empecé ayer. Hacía años que no me dejaba llevar durante tantas horas seguidas. Aunque no tiene nada que ver con el hilo de la historia, entre los fragmentos subrayados, apunto este: «—Nos queríamos y nos apreciábamos. —¿Qué diferencia ve usted entre esos dos sentimientos? —El primero indica amor. El segundo, estimación intelectual: es decir, admiración y orgullo recíprocos». (Los renglones torcidos… Torcuato Luca de Tena).

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Bostezo. Se me hizo tarde esperando un mensaje. Qué estupidez.

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Loki me mira con esos ojos, esa carita de no haber roto un plato, y es imposible contenerme: acabo dándole un trozo de algo. No me quiere más a mí por ello, igual que los niños no prefieren necesariamente al que más les mima. ¿Los niños y los perros son los únicos que…? Mejor dejo la filosofía a los filósofos.

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Enrique no viene de ‘enriquecer’, pero es la primera vez que los he relacionado. Hace algunas semanas empecé a seguir a García-Máiquez en Twitter y pensaba en que sus aportaciones me hacen crecer. De allí la conexión.

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Han cogido el primer calabacín del huerto. Lo hemos tomado, buenísimo, al horno. Ellos, con la ilusión de tener en la mesa algo de su producción; yo, contagiada de esa emoción nueva. He recordado cuando A. plantó tomates y no dieron tanto fruto como esperaban. Invitaron a unos amigos a comer, enseguida elogiaron la ensalada: cómo se nota que son del huerto. La sonrisa sirvió para callar que los habían comprado hacía un rato en el Mercadona.

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En boca cerrada no entran moscas. Doy vueltas al refrán. Aquí las moscas dan menos asco, qué pesadas son igualmente. E. menciona el poema de Machado. No lo había leído nunca o, si lo hice, no me quedé con la copla. E. insiste que estaba en el disco de Paco Ibáñez que ponía mamá. Estoy segura de que no: me lo sé de memoria. Comprobamos que era Serrat quien cantaba. Lo leo imaginando al poeta sentado frente a una ventana con un paisaje similar al que contemplo en este momento. Inevitables golosas, / que ni labráis como abejas / ni brilláis cual mariposas; / pequeñitas, revoltosas, / vosotras, amigas viejas, me evocáis todas las cosas.

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Cosecha de mediodía: calabacines, patatas, escarolas, zanahorias, habas. ¡Qué fascinante es el huerto! Sobre todo, porque antes no sabíamos cómo crecían la mayoría de verduras ni de hortalizas.

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C. ha preparado paella. El domingo pasado quedó perfecta. Hoy ha demostrado que no fue la suerte del principiante. También han hecho barbacoa varios días. Estamos comiendo genial. Pocas cosas hacen más hogar que la cocina. Estoy en casa.

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A papá le gusta sacar las migas de pan al patio. Cavila sobre cómo se alertan los pajaritos y bajan sólo cuando hay. ¿Tienen buena vista? Le he puesto la canción de san Antonio, tan enternecedora. A mí el cantar de los pájaros me altera los nervios y termino por abandonar la lectura después de un tiempo en el jardín. Sospecho que se necesitan varios meses para matar a la urbanita.

Hemos ido los dos a dar una vuelta con Yamato. El pequeño mastín, qué hermoso es, va el primero. Intenta en vano cazar pájaros, se para en las curvas a esperarnos girado hacia nosotros. El paseo es agradable. Procuro capturar cada paso, cada frase de nuestra conversación entrecortada. No quiero que se esfumen cuando sea imposible repetir.

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Decir que he montado quizá sea impreciso. He subido, eso sí, encima de Peregrino. C. me ha ayudado, me ha explicado las reglas básicas y me ha paseado manteniendo al caballo calmado. Hace años monté durante varios sábados, sin llegar ni por asomo a ser una gran amazona. Al bajar, me ha invadido un súbito sentimiento de enorme dicha.

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Es mi último día aquí. Vamos en coche a Urueña, la Villa del Libro, donde hemos quedado con los salmantinos. Es un pueblecito medieval bonito, muy bien restaurado. En las librerías hay carteles y estanterías homenajeando a Delibes por el centenario. Me alegra estar en territorio vallisoletano, como si pisar esta tierra me uniera a mi escritor predilecto. La pequeña A. está muy graciosa. Por alguna razón, se ha acostumbrado a decir ‘claro’ en lugar de ‘sí’: «¿Sabes qué pone aquí? –Claro». «¿Te gusta el zumo de melocotón? –Claro». Habla sin parar y es muy cariñosa. Comemos en un mesón. La comida sin ser pretenciosa es abundante y buena. Me hace feliz oírlos comentar descubrimientos de la vida en el campo. Bueno, lo que me hace más feliz es verlos, tan contentos, y estar con ellos ahora. Deo gratias.

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